PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26
“Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió :«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran”
El Juez del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e indefenso delante del juez terreno. Pilatos no es un monstruo de maldad. Sabe que este condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al derecho. También los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (Hch 2, 37), cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros [...], lo matasteis en una cruz...» (Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. Y así, la justicia es pisoteada por la bellaquería, por la pusilaminidad, por miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre. La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal. (Card. Joseph Ratzinger, Viacrucis Colosseo 2005)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del Evangelio según San Mateo. 27, 27 - 31
“Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando la rodilla, se burlaban de él diciendo: “¡Salve, rey de los judíos!”. Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar”.
Después de la condena viene la humillación. Lo que los soldados hacen a Jesús nos parece inhumano. Más aún, es ciertamente inhumano: son actos de burla y desprecio en los que se expresa una oscura ferocidad, sin preocuparse del sufrimiento, incluso físico, que sin motivo se causa a una persona condenada ya al suplicio tremendo de la cruz. Sin embargo, este comportamiento de los soldados es también, por desgracia, incluso hasta demasiado humano. Miles de páginas de la historia de la humanidad y de la crónica cotidiana confirman que acciones de este tipo no son en absoluto extrañas al hombre. El Apóstol Pablo puso bien de manifiesto esta paradoja: “Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí… El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago” (Rom 7, 18-19).
Así es, precisamente: en nuestra conciencia se enciende la luz del bien, una luz que en muchos casos se hace evidente y por la cual, afortunadamente, nos dejamos guiar en nuestras opciones. En cambio, a menudo, sucede lo contrario: esa luz queda oscurecida por los resentimientos, por deseos inconfesables, por la perversión del corazón. Y entonces nos hacemos crueles, capaces de las peores cosas, incluso de cosas increíbles. (Card. Camillo Ruini, Viacrucis Colosseo 2010)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del Evangelio según san Mateo 11, 28-30
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Las caídas de Jesús a lo largo del Camino de la Cruz no pertenecen a la Escritura; han sido trasmitidas por la piedad tradicional, custodiada y cultivada en el corazón de tantos orantes.
En la primera caída, Jesús nos hace una invitación, nos abre un camino, inaugura para nosotros una escuela. Es la invitación a acudir a él en la experiencia de la impotencia humana, para descubrir cómo se ha injertado en ella el poder divino.
Es el camino que lleva a la fuente del auténtico descanso, el de la gracia que basta.
Es la escuela donde se aprende la mansedumbre que calma la rebelión y donde la confianza ocupa el lugar de la presunción.
Desde la cátedra de su caída, Jesús nos imparte sobre todo la gran lección de la humildad, el camino «que lo llevó a la resurrección». El camino que, después de cada caída, nos da la fuerza para decir: «Ahora comienzo de nuevo, Señor; pero no sólo, sino contigo». (Sor Maria Rita Piccione, Viacrucis Colosseo 2011)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
CUARTA ESTACIÓN
Jesús encuentra a María, su Santísima Madre
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 25 - 27
“Junto a la cruz de Jesús estaban su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su Madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”.
Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde El pasa.
Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura, en la amargura de Jesucristo.
¡Oh vosotros cuantos pasáis por el camino: mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor! (Lam 1,12).
Pero nadie se da cuenta, nadie se fija; sólo Jesús.
Se ha cumplido la profecía de Simeón: una espada traspasará tu alma (Lc II,35).
En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina.
De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre.
Sólo así gustaremos de la dulzura de la Cruz de Cristo, y la abrazaremos con la fuerza del amor, llevándola en triunfo por todos los caminos de la tierra. (S. Josemaría Escrivá, Viacrucis)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Del Evangelio según san Lucas 23, 26
Cuando llevaban a Jesús, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús.”
Volvía del campo, tal vez después de varias horas de trabajo. En casa lo esperaban los preparativos del día de fiesta: en efecto, al atardecer se abriría la frontera sagrada del sábado, cuando brillaran las primeras estrellas en el cielo. Simón era su nombre; era un judío oriundo de África, de Cirene, ciudad situada junto al litoral libio y en la que vivía una numerosa comunidad de la Diáspora judía.
Simón pasaba por allí por casualidad. No sabía que ese encuentro sería extraordinario. Como se ha escrito «¡cuántos hombres, a lo largo de los siglos, hubieran querido estar allí, en su lugar, haber pasado por allí precisamente en ese momento! Pero ya era demasiado tarde; era él quien pasaba por allí y en el decurso de los siglos él jamás cedería su puesto a otros». Es el misterio del encuentro con Dios, que cambia repentinamente tantas vidas…
Su gesto, realizado como acción forzada, se transforma idealmente en un símbolo de todos los actos de solidaridad en favor de los que sufren, de los oprimidos y de los cansados. El Cireneo representa, así, a la inmensa multitud de personas generosas, de misioneros, de samaritanos que no dan un rodeo, sino que socorren a los desdichados, cargándolos sobre sí para sostenerlos. (Mons. Gianfranco Ravasi, Viacrucis Colosseo 2007)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 2-3
“No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros”.
El rostro de Jesús está empapado de sudor, regado de sangre, cubierto de salivazos insolentes. ¿Quién tendrá valor para acercarse?...¡Una mujer!
Una mujer se adelanta manteniendo encendida la lámpara de la humanidad ... y enjuga el Rostro: ¡y descubre el Rostro¡
¡Cuántas personas sin rostro hay hoy! Cuántas personas se ven desplazadas al margen de la vida, en el exilio del abandono, en la indiferencia que mata a los indiferentes.
En efecto, sólo está vivo quien arde de amor y se inclina sobre Cristo que sufre y que espera en quien sufre, también hoy.
¡Sí, hoy! Porque mañana será demasiado tarde (Card. Giovanni Comastri, Viacrucis Colosseo 2006)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
SEPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 24
“Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados”.
Mientras avanza por la estrecha vía del Calvario, Jesús cae por segunda vez. Entendemos su debilidad física, tras una terrible noche, después de las torturas que le han infligido. Tal vez no son sólo las vejaciones, el agotamiento y el peso de la cruz en sus espaldas lo que le hace caer. Sobre Jesús pesa una carga que no se puede medir, algo íntimo y profundo que se hace sentir más netamente a cada paso…
Cómo nos reconocemos en ti, Jesús, también en esta nueva caída por agotamiento. Y, sin embargo, te alzas de nuevo, quieres conseguirlo. Por nosotros, por todos nosotros,
para darnos el ánimo de levantarnos de nuevo. Nuestra debilidad está ahí, pero tu amor es más grande que nuestras carencias, siempre puede acogernos y entendernos…
Pero tratamos de levantarnos de nuevo, Jesús, sin caer en la más grande de las tentaciones: la de no creer que tu amor lo puede todo. (Danilo y Anna María Zanzucchi Viacrucis Colosseo 2012)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del Evangelio según san Lucas (Lc 23, 27 – 28)
“Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos”.
En el camino hacia el Calvario, el Señor encuentra a las mujeres de Jerusalén. Ellas lloran por el sufrimiento del Señor como si se tratase de un sufrimiento sin esperanza. Sólo ven en el madero de la cruz un signo de maldición (cf. Dt 21,23), mientras que el Señor lo ha querido como medio de Redención y de Salvación.
En la Pasión y Crucifixión, Jesús da su vida en rescate por muchos. Así dio alivio a los oprimidos bajo el yugo y consuelo a los afligidos. Enjugó las lágrimas de las mujeres de Jerusalén y abrió sus ojos a la verdad pascual.
Nuestro mundo está lleno de madres afligidas, de mujeres heridas en su dignidad, violentadas por las discriminaciones, la injusticia y tú Oh Cristo sufriente, sé su paz y el bálsamo de sus heridas. (Card. Béchara Boutros Raï, Viacrucis Colosseo 2013)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (Rm 8,35.37)
“¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?; ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado”
San Pablo enumera sus pruebas, pero sabe que Jesús ha pasado antes por ellas, que en el camino hacia el Gólgota cayó una, dos, tres veces. Destrozado por la tribulación, la persecución, la espada; oprimido por el madero de la cruz. Exhausto. Parece decir, como nosotros en tantos momentos de oscuridad: «¡Ya no puedo más!».
Es el grito de los perseguidos, los moribundos, los enfermos terminales, los oprimidos por el yugo.
Pero en Jesús se ve también su fuerza: «Si hace sufrir, se compadece» (Lm 3,32). Nos muestra que en la aflicción siempre está su consuelo, un «más allá» que se entrevé en la esperanza. Como la poda de la vid que el Padre celestial, con sabiduría, hace precisamente con los sarmientos que dan fruto (cf. Jn 15,8). Nunca para cercenar, sino siempre para rebrotar. Como una madre cuando llega su hora: se inquieta, gime, sufre en el parto. Pero sabe que son los dolores de la nueva vida, de la primavera en flor, precisamente por esa poda.
Que la contemplación de Jesús caído, pero capaz de ponerse en pie, nos ayude a vencer la congoja que el temor por el mañana imprime en nuestro corazón, especialmente en este tiempo de crisis. Superemos la nociva nostalgia del pasado, la comodidad del inmovilismo, del «siempre se ha hecho así». Ese Jesús que se tambalea y cae, pero que luego se levanta, es la certeza de una esperanza que, alimentada por la oración intensa, nace precisamente durante la prueba, y no después de la prueba ni sin prueba. Por la fuerza de su amor, saldremos más que victoriosos. (Mons. Giancarlo Maria Bregantini, Viacrucis Colosseo 2014)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mi
DECIMA ESTACIÓN
Los soldados se reparten las ropas de Jesús
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Del Evangelio según San Marcos (Mc 15, 24-26)
“Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: El Rey de los judíos”.
Mientras preparan los clavos y las cuerdas para crucificarle, Jesús permanece de pie. Un soldado despiadado se le acerca y le quita la túnica, dando un fuerte tirón. Las heridas comienzan a sangrar de nuevo, causándole un terrible dolor. Más tarde, los soldados se repartirán sus vestidos. Jesús queda desnudo ante la plebe. Le han despojado de todo, como a un objeto de burla. No cabe mayor humillación y desprecio. Los vestidos no sólo cubren el cuerpo, sino también lo que cada uno guarda en su interior: la intimidad, la dignidad. Jesús pasó por este bochorno y quiso cargar con todos los pecados que van contra la integridad y la pureza. “Cargó en su cuerpo con nuestros pecados” (1 Pe 2, 24). Jesús padece con todos los que sufren; con los que son víctimas de genocidios, violencias, violaciones y abusos sexuales, crímenes contra niños y adultos… ¡Cuántas personas desnudadas de su dignidad, de su inocencia, de su confianza en el hombre! (Viacrucis JMJ 2011, Madrid)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mi
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del Evangelio según San Mateo 7, 37-42
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».
Jesús es clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21, 27). «Como uno ante quien se oculta el rostro, era despreciado... Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53, 3 ss). Detengámonos ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver la superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios. Tratemos de descubrir su rostro en aquellos que tendemos a despreciar. Ante el Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender de la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la cruz hasta el final, podemos hacer aún otra reflexión. Ignacio de Antioquia, encadenado por su fe en el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que estaban, por así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz del Señor Jesucristo (1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda. (Cardenal Joseph Ratzinger, Via Crucis Colosseo 2005)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del Evangelio según San Mateo (Mt 27, 45-6. 50)
“Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí, lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu”.
Justo ahí, en el punto extremo de su humillación, que es también el punto más alto del amor, germinó la esperanza. Si alguno de vosotros me pregunta: '¿De dónde nace la esperanza?', la respuesta está en la cruz. Mira la cruz, mira a Cristo crucificado, y de ahí te llegará la esperanza que no se apaga nunca. Aquella que dura toda la vida eterna…
cuando elegimos la esperanza de Jesús, descubrimos que la forma victoriosa de vivir procede de esa semilla, de ese amor humilde. No hay otra forma de vencer el mal y dar esperanza al mundo. Podéis decir: 'No, es una lógica derrotista'. Podría parecerlo, sí, que es una lógica derrotista, porque el que ama, pierde poder. ¿Habéis pensado en esto? El que ama, pierde poder. El que da, se desposee de lo que tiene. Y el amor es un don (Papa Francisco, Audiencia general 12.04.2017)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del Evangelio según San Mateo (Mt 27,55.57-58; 17,22-23)
“Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran
Mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos la Galilea, les dijo Jesús: «Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres y lo matarán, pero resucitará al tercer día».
Ellos se pusieron muy tristes”.
Gestos de atención y de honor para el cuerpo profanado y humillado de Jesús. Algunos hombres y mujeres se encuentran al pie de la cruz. José, oriundo de Arimatea, hombre «bueno y justo» (Lc 23,50), que pide el cuerpo a Pilato, como refiere san Lucas; Nicodemo, aquel que fue a encontrar a Jesús de noche, añade san Juan; y algunas mujeres que, tenazmente fieles, observaban. La meditación de la Iglesia ha querido añadir a la Virgen María, que estaba ciertamente también presente en este momento.
María, Madre de piedad, que recibe en sus brazos el cuerpo nacido de su carne y que ha acompañado tiernamente, discretamente durante sus años de vida, como madre que siempre cuida de su hijo.
Ahora es un cuerpo inmenso el que ella recoge, a medida de su dolor, a medida de la nueva creación que nace de la pasión del amor que ha atravesado el corazón del hijo y de la madre.
En el gran silencio que se creó después del griterío de los soldados, de las burlas de los que pasaban y del murmullo de la crucifixión, los gestos son ahora de dulzura, una caricia de respeto. José baja el cuerpo que se abandona entre sus brazos. Lo envuelve en una sábana, lo pone dentro de un sepulcro completamente nuevo, que espera a su huésped, en el jardín que está al lado.
Jesús ha sido arrancado de las manos de sus verdugos. Ahora, muerto, se encuentra entre aquellas de la ternura y de la compasión. La violencia de los hombres homicidas ha pasado. La dulzura ha vuelto al lugar del suplicio.
Dulzura de Dios y de los suyos, esos corazones mansos a los que Jesús promete un día que poseerán la tierra. Dulzura originaria de la creación y del hombre a imagen de Dios. Dulzura del final, cuando toda lágrima será enjugada, cuando el lobo habitará con el cordero, porque está lleno el país del conocimiento del Señor (cf. Is 11, 6.9). (Anne-Marie Pelletier, Viacrucis Colosseo 2017)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
V /. Te adoramos Cristo y te bendecimos
R /. Que por tu santa Cruz has redimido el mundo
Lectura del Evangelio según San Mateo (Mt 27, 59-61)
“José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro”.
Desde el momento en que el hombre, a causa del pecado, se alejó del árbol de la vida (cf. Gn 3), la tierra se convirtió en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta de tumbas.
En las cercanías del Calvario había una tumba que pertenecía a José de Arimatea (cf. Mt 27,60). En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de Jesús una vez bajado de la cruz (cf. Mc 15,42-46, etc. ). Lo depositaron apresuradamente, para que la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (cf. Jn 19,31), que empezaba en el crepúsculo. Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro planeta, hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, ha vencido a la muerte con la muerte. O mors! ego mors tua!: «Muerte, ¡yo seré tu muerte!» (1ª antif. Laudes del Sábado Santo). El árbol de la Vida, del que el hombre fue alejado por su pecado, se ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo. «Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6,51). Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta, aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del polvo retorna al polvo (cf. Gn 3,19), todos los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección. (Card. Karol Wojtyła, Meditaciones para el Viacrucis 1976)
Padrenuestro….
V /. Señor pequé
R /. Ten piedad y misericordia de mí
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