Una vez celebrada la Solemnidad de Cristo Rey concluimos el año litúrgico y comienza un nuevo año de salvación, lo que nosotros conocemos como historia salutis, la historia de la salvación. La liturgia nos recuerda todos esos hechos a través de los ciclos del año litúrgico, y nos va recordando los distintos misterios de la historia de nuestra salvación. Por eso comenzaremos el año litúrgico con el tiempo de Adviento. Durante cuatro semanas nos preparamos para la Navidad. Después de la celebración de la Navidad comenzará el tiempo ordinario del año litúrgico, que se interrumpirá para vivir la Cuaresma como preparación a la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Luego seguirá el tiempo Pascual, que durante 50 días, nos hará vivir esa historia de la salvación hasta Pentecostés, para volver de nuevo al tiempo ordinario.
El Adviento es el primer tiempo fuerte del año litúrgico. No es solamente preparación para la Navidad, la venida del Salvador, sino que tiene un significado mucho más profundo: nos preparamos para la venida del Señor en la Navidad, pero sobre todo para su segunda venida, que será la última, la que consideramos como la parusía: cuando Cristo vendrá glorioso al final de los tiempos. A esa última venida de Cristo nos preparamos los cristianos durante toda nuestra vida, pero también durante el tiempo de Adviento.
El Adviento es un tiempo penitencial. Hay dos momentos penitenciales en la vida de la Iglesia, que son estos dos tiempos fuertes del año litúrgico: Adviento, como preparación para la Navidad y la Cuaresma para la preparación de la Semana Santa. En esos dos tiempos utilizamos los ornamentos morados y la Iglesia procura ser muy austera en todas sus manifestaciones para que seamos más conscientes de la necesidad que tenemos de prepararnos para la venida del Señor.
La historia del tiempo de Adviento comienza con San Hilario de Poitiers a comienzos del siglo IV, que introdujo esta celebración en la que invitaba a los fieles a prepararse para la venida del Señor durante tres semanas. Ya en el siglo V existe lo que se conoce como la Cuaresma de San Martín. San Martín de Tours es el 11 de noviembre y desde el 11 de noviembre hasta el 18 de diciembre, durante 40 días, los cristianos se preparaban para la Navidad. Es el papa San Siricio, en el año 384, quien establece esa costumbre en Roma y sabemos que en el año 584 es el papa San Gregorio Magno quien instaura esta gran celebración y establece las cuatro semanas de preparación para la Navidad. Así queda configurado el tiempo de Adviento.
Los personajes o mejor dicho, los protagonistas de todo el tiempo de Adviento fundamentalmente son tres: Isaías, que es el profeta que nos anuncia la venida de Cristo, la venida del Salvador. En el tiempo de Adviento escucharemos quince lecturas del profeta Isaías. En las últimas semanas toma protagonismo San Juan Bautista, porque es el Precursor del Señor, último profeta que nos anuncia a Cristo cuando ya está entre nosotros. Y por último, la gran protagonista de toda la gran fiesta que nos anuncia el tiempo de Adviento y el tiempo de Navidad, es María Santísima. Ahora la podemos contemplar en esa espera de Cristo.
La idea de la espera nos puede ayudar también a vivir este tiempo de Esperanza. Dice el papa Francisco: “Memoria agradecida, una gracia que siempre necesitamos pedir”. Durante el tiempo de Adviento podemos vivir esa memoria agradecida, agradecer al Señor lo que ha hecho por nosotros y por lo tanto, nos habla de esa espera y de esa esperanza. El tiempo de Adviento es un tiempo de esperanza.
Litúrgicamente podemos decir que hay una serie de costumbres, algunas ligadas a la cultura popular y otras a la misma liturgia, que nos hacen vivir con más profundidad este tiempo. Una de ella es la Corona de Adviento, que como sabemos tiene su origen en el norte europeo. Está realizada con plantas perennifólias y sin flores, como pino, abeto, cedro, y es de forma circular que nos recuerda la eternidad y el ciclo de las estaciones. Las velas que se colocan nos indican que Cristo es la Luz. Son tres de color morado y una de color rosa. Esta vela corresponde al tercer domingo de Adviento, que se conoce como domingo Gaudete. En este domingo la liturgia nos habla de la alegría por la llegada inminente del Señor. También se pueden poner de color rojo y, siguiendo la costumbre luterana, se coloca en el centro de la Corona, una vela más alta de color blanco, como símbolo de Cristo.
Hemos recordado que los ornamentos son de color morado, no se ponen flores sobre el altar y en los días a partir del 17 de diciembre, la liturgia sufre como una aceleración porque ya es inminente la venida del Señor. En estos días se rezan las antífonas de las “O” como modo de llamar al Mesías: Oh, Sabiduría; Oh, Adonai, Señor Todopoderoso; Oh, Raíz; Oh, Llave; Oh, Oriente: el Sol aparece por el oriente al amanecer; Oh, Rey; Oh, Enmanuel, que se repetirá durante todo el tiempo de Navidad: Enmanuel, el Dios con nosotros.
Vamos a acudir especialmente a María Santísima y a pedirle a Ella, contemplándola en su espera de la venida de Cristo, que nos ayude a celebrar las próximas Navidades y a prepararnos para la venida definitiva del Señor.
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