Significado del termino liturgia y breves notas históricas
El término liturgia proviene del latín liturguía, que a su vez proviene del griego λειτουργία (leitourguía), con el significado general de «servicio público», y literal de «obra del pueblo». Incluye a su vez los términos λάος (láos), pueblo, y έργον (érgon), trabajo, obra. En el mundo helénico, este término no tenía las connotaciones religiosas, sino que hacía referencia a las obras que algún ciudadano llevaba a cabo en favor del pueblo o a las funciones militares y políticas, etc.
Con la palabra λειτουργία (leitourguía), los primeros cristianos se referían, a la acción salvífica de Dios mediante Jesucristo. En el Nuevo Testamento aparece el término unas 15 veces, casi todas dentro de los escritos de San Pablo y con un significado desigual: en sentido civil de servicio público oneroso como en el griego (cf. Rom 13,6; 15,27); en sentido técnico del culto sacerdotal y levítico del Antiguo Testamento (cf. Lc 1,23; Heb 8,2.6); para referirse tanto al ministerio de la evangelización como al obsequio de la fe de los que han creído por su predicación (cf. Rom 15,16; Flp 2,17); en sentido de culto comunitario cristiano (cf. Hech 13,2)
En los primeros siglos del cristianismo la palabra liturgia ha tenido una utilización muy desigual. En las Iglesias orientales designa la celebración eucarística. En la Iglesia latina la palabra liturgia fue ignorada, al contrario de lo que ocurrió con otros términos religiosos de origen griego que fueron latinizados. En su lugar se usaron expresiones como munus, officium, ministerium, opus, etc.
A partir del siglo XVI el vocablo liturgia aparece en los títulos de algunos libros dedicados a la historia y se hizo sinónimo de ritual y de ceremonia. Liturgia había que entender única y exclusivamente la parte ceremonial, sensible y decorativa del culto católico.
La palabra liturgia empezó a aparecer con su verdadero sentido a mediados del siglo XIX, cuando el Movimiento litúrgico la hizo de uso corriente. En el siglo XX, a partir de San Pío X y del Código de Derecho Canónico de 1917, el vocablo liturgia ya se hizo habitual.
Noción de culto
A partir de la venida de Cristo el fundamento del culto y de todas sus expresiones es ahora la persona misma de Jesús, «templo» del culto verdadero (cf. Jn 2,19-22). Los dones de Dios están ligados a la fe y a la conversión del corazón, y se traducen en una conducta de vida a imitación de la santidad divina: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Ahora bien, estos dones son fruto del sacrificio pascual de Jesucristo que sustituyó los sacrificios de la Antigua Ley incapaces de santificar. Los sacramentos contienen el poder de salvación de este sacrificio.
El culto nuevo, ahora en el cristianismo, sigue siendo comunitario y social, pero de manera que el pueblo convocado como «sacerdocio real y nación santa» (cf. 1 Pe 2,9), es ahora una fraternidad en el Espíritu (cf. Hech 2,42-45). Las comunidades son llamadas iglesias (cf. Hech 5,11), iglesias de Dios (Hech 20,28) y de Cristo (Rom 16,16), que invocan el nombre de Jesús (cf. 1 Cor 1,2) y se reúnen en asamblea (cf. 1 Cor 11,18.20
El culto nuevo es ahora, con mayor razón, interno y espiritual, porque se desarrolla en los creyentes bajo la acción del Espíritu Santo y es, ante todo, culto «en el Espíritu Santo y la verdad». El diálogo de Jesús con la samaritana (cf. Jn 4,7-26) condensa la enseñanza del Nuevo Testamento sobre el culto. La pregunta sobre el lugar de culto fue contestada por Jesús indicando el modo como Dios mismo quiere ser adorado, es decir, en el templo nuevo que es el mismo Jesús resucitado.
El culto cristiano es el culto que el mismo Cristo da al Padre con todas las acciones de su vida y de modo especial con el sacrificio de su muerte en cruz libremente aceptada. El culto cristiano nace de esa unión con el misterio de Cristo que se ofrece libremente en la cruz por nuestros pecados.
Todo hombre está llamado a unirse sacramentalmente al misterio de Cristo por medio de los ritos que Él mismo instituyó, es decir, por medio de la liturgia, y eso lo realiza el cristiano a través de su “sacerdocio común”, adquirido a través de la recepción de los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación que nos conforma con la misma acción salvífica de Cristo, haciéndonos partícipes de ella, mediante la acción del Espíritu Santo.
La herencia del Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II entiende la liturgia como un momento síntesis de la historia de la salvación, momento en que la redención se hace presente y operante en las celebraciones del culto de la Iglesia. Se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. Esto se realiza en 2 dimensiones: la glorificación de Dios (dimensión ascendente) y la santificación de los hombres (dimensión descendente). Estas dos dimensiones deben manifestarse en la liturgia (cf. SC n.7).
Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, la obra de Cristo en la liturgia es sacramental porque su Misterio de salvación se hace presente en ella por el poder de su Espíritu Santo; porque su Cuerpo, que es la Iglesia, es como el sacramento (signo e instrumento) en el cual el Espíritu Santo dispensa el Misterio de la salvación (cf. n.1111).
Por ello la misión del Espíritu Santo en la liturgia de la Iglesia es la de preparar la asamblea para el encuentro con Cristo; recordar y manifestar a Cristo a la fe de la asamblea de creyentes; hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder transformador y hacer fructificar el don de la comunión en la Iglesia (cf. n. 1112)
En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia
celestial, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste Él, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con Él.
La participación en la liturgia celestial se lleva a cabo ahora por
mediaciones simbólicas las cuales no se darán en el cielo. En el cielo la única mediación que permanecerá será la de Cristo. Por eso la liturgia tiene que manifestar la gloria de la liturgia celestial en todo: lugares, gestos, vestimentas, etc. Se debe cumplir el adagio patrístico que dice que la liturgia es el cielo en la tierra.
Sólo la Iglesia celebra la liturgia; donde no hay Iglesia no hay liturgia. Por eso podemos decir que la Iglesia hace la liturgia porque la liturgia hace la Iglesia.
Por último, la liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia puesto que es necesario que antes se dé la evangelización. La misión de la Iglesia es en primer lugar la evangelización (momento del anuncio) y en segundo lugar la celebración de la liturgia (momento del cumplimiento).
“Tradición” litúrgica y “tradiciones” litúrgicas
La Tradición litúrgica es aquella realidad fundada por nuestro Señor Jesucristo y transmitida a su Iglesia a través de los apóstoles. Es decir, es el misterio de Cristo en cuanto celebrado en la Iglesia.
Las tradiciones litúrgicas es la liturgia en cuanto vivida, en cuanto celebrada en unos tiempos y espacios concretos. Es decir, es la celebración del misterio de Cristo en la historia de la Iglesia.
Las formas litúrgicas hunden sus raíces en los modos cultuales del pueblo de Israel. Hay un progreso con respecto al culto de Israel; progreso que no implica ruptura sino plenitud. Las novedades cristianas de la celebración están, en su forma, relacionadas a la cultura en que nacieron.
Por siglos la Iglesia ha celebrado el misterio de Cristo según costumbres de mucha antigüedad. Esta pluralidad litúrgica no daña la unidad, sino que constituye un gran tesoro y es testimonio de catolicidad y de apostolicidad. La diversidad no daña la unidad sino que la enriquece.
La formación de los ritos depende de la convergencia de factores de orden histórico, geográfico y eclesial. En este proceso jugará un gran papel la organización patriarcal de la Iglesia, la centralización de la Iglesia alrededor de un número cada vez más reducido de metrópolis. Poco a poco las tradiciones se van cristalizando hasta hacerse liturgias autónomas. Está la pentarquía compuesta por Antioquía (Pedro), Alejandría (Marcos), Roma (Pedro y Pablo), Jerusalén y Constantinopla. Hay que añadir los catolicados de Seleucia–Ctesifonte y de los Armenos.
Sin pretender ser exhaustivos, hacemos una clasificación de los diversos ritos, en un intento de aclaración.