En el "Directorio sobre la piedad popular y la liturgia" (2002) se define las letanías así: “Entre las formas de oración a la Virgen, recomendadas por el Magisterio, están las letanías. Consisten en una prolongada serie de invocaciones dirigidas a la Virgen, que, al sucederse una a otra de manera uniforme, crean un flujo de oración caracterizado por una insistente alabanza-súplica. (...)
En los libros litúrgicos del Rito Romano hay dos formularios de letanías: Las letanías lauretanas, por las que los Papas han mostrado siempre su estima; y las letanías para el rito de coronación de una imagen de la Virgen María.
Recitar la Letanía es ante todo dar gloria a Dios que tanto ensalzó a su Madre Santísima; es darle gracias a Ella y por Ella. Es alabarla, admirarla y pedirle su protección, es reconocer y meditar sus virtudes, movernos a imitarla, en cuanto es posible a nuestra humana debilidad, es pedir a Dios y a Ella gracia y protección para llevar a cabo lo que es imposible a nuestras propias fuerzas.
UN POCO DE HISTORIA
Los orígenes de las letanías se remontan a los primeros siglos de la cristiandad. Las letanías eran súplicas dialogadas entre los sacerdotes y los fieles, y se rezaban sobre todo en las procesiones. Aunque al principio eran dirigidas sólo a Dios se añadieron con el tiempo invocaciones a santos y sobre todo a la Virgen María usadas a partir del siglo VII.
En la liturgia oriental se usaron desde el siglo III. La composición de letanías marianas se invocaba a María de tres modos: Sancta María, Sancta Dei Genetrix y Sancta Virgo Virginum. A lo cual siguió una serie de reflexiones y elogios de los santos padres orientales que constituyen el germen de las futuras letanías marianas.
El germen halló ambiente en la popularidad del Oficio de la Virgen Santísima que se cantaba en algunos monasterios. Este "Oficio" no era fijo y tenía variaciones según la orden religiosa que lo cantaba; éstas variaciones fueron abolidas por San Pío V cuando estableció el Oficio Parvo de la Virgen reformado. Lo cierto es que entre las variantes que existían había ciertas letanías que se parecían a las futuras Lauretanas.
Las más antiguas letanías a María propiamente dichas se encuentran en un códice de Maguncia del siglo XII titulado: «Letania de Domina Nostra Dei genenetrice Virgine Maria. Ora valde bona, cotidie pro quacumque tribulatione dicenda est», con alabanzas largas y en cada verso repitiendo el «Sancta Maria».
Las letanías marianas empezaron a multiplicarse en el siglo XV y XVI. Por el año 1500 fueron creadas una serie de letanías en el santuario de Loreto, Italia. Cuando la casa
en la que Nuestra Señora había vivido en Tierra Santa fue transportada milagrosamente a la ciudad de Loreto en 1291, el milagro se difundió rápidamente y dio inicio a numerosas peregrinaciones. Con el tiempo, los peregrinos compusieron una serie de súplicas a Nuestra Señora, que la invocaban por sus más importantes títulos espirituales. Esas letanías, que empezaron luego a ser cantadas en el santuario, se popularizaron por los peregrinos en todo el mundo católico.
Hacia 1575 surgen unas nuevas letanías lauretanas conocidas como "modernas" con alabanzas puramente bíblicas, que se hicieron tan populares que las primeras versiones fueron pasadas a segundo plano. Sixto V las aprobó en 1587 e incluso les dio indulgencias. Hacia el siglo XVII la situación se hizo exagerada, en Loreto se tenía una letanía para cada día de la semana y no era el único caso. En 1601, el papa Clemente VIII prohibió todas las letanías que existían con excepción de las incluidas en el Misal y el Breviario y también las del santuario de Loreto, aquellas letanías ya eran llamadas como lauretanas. Paulo V, en 1503, ordenó que se cantasen en la basílica romana de Santa María la Mayor en festividades de la Virgen María. Los dominicos, en 1615 ordenaron que se recitasen en todos sus conventos después de sus oraciones de los sábados.
León XIII recomendó concluir durante el mes de octubre (mes del Rosario) la recitación del Rosario con el canto de las letanías lauretanas, con ello se pensó que las letanías eran parte del rezo del Rosario, cuando en realidad son un acto de culto por sí mismas y pueden ser usadas para rendir un homenaje a la Virgen.
LA ESTRUCTURA DE LAS LETANIAS
Las invocaciones iniciales no se dirigen a Nuestra Señora, sino a Nuestro Señor Jesucristo y a la Santísima Trinidad: «Señor, ¡ten piedad de nosotros! Jesucristo, ¡óyenos!» ... ¿Por qué? Porque todo en Nuestra Señora nos conduce a su Hijo divino y, por medio suyo, a la Santísima Trinidad, que es nuestro fin supremo. La Santísima Virgen María es el mejor camino para llegar a Dios.
Después de esta introducción de la letanía, siguen tres invocaciones en las cuales pronunciamos el nombre de la Virgen, santa María, y recordamos dos de sus principales privilegios: ser Madre de Dios y Virgen de las vírgenes.
Enseguida, hay varios grupos de invocaciones a Nuestra Señora:
13 invocaciones para honrar la maternidad de Nuestra Señora
6 invocaciones para honrar su virginidad 13 invocaciones que son figuras simbólicas 4 invocaciones de su misericordia
12 invocaciones de María como Reina
13 figuras simbólicas
En general, es en el grupo de las 13 invocaciones con figuras simbólicas que surgen las mayores dificultades de comprensión por parte de los fieles. . Nuestra civilización se ha cerrado al simbolismo, de modo que aquello que podría haber sido evidente en otras épocas hoy está oscurecido por el espíritu práctico de la vida contemporánea, que no favorece la meditación ni la contemplación de las maravillas de la creación.
ALGUNAS ADVOCACIONES
Espejo de Justicia Justicia, aquí, se entiende en el sentido más amplio de la santidad. Nuestra Señora se llama así porque es un espejo de la perfección cristiana. Toda perfección puede ser admirada en ella, del mismo modo en que podemos admirar una luz reflejada en el agua.
Sede de sabiduría Nuestro Señor Jesucristo es la Sabiduría, pues, siendo Dios, todo lo sabe y todo lo conoce. Y si Nuestra Señora lo llevó dentro de sí durante nueve meses, ella fue, por eso mismo, la sede se la Sabiduría – y sigue siéndolo, pues en ella, infaliblemente, encontramos a Nuestro Señor.
Causa de nuestra alegría La verdadera alegría va mucho más allá de la risa, incluso porque reír mucho no siempre significa felicidad. La mayor alegría que un hombre puede tener es la de salvarse y estar con Dios por toda la eternidad. Ahora, antes de la venida de Nuestro Señor, el cielo estaba cerrado para nosotros. Fue el sacrificio del Calvario que nos reconcilió con el Creador y nos proporcionó la verdadera y eterna felicidad. Y como fue por medio de Nuestra Señora que el Redentor de la humanidad vino a la Tierra, María Santísima es, de esta forma, causa de nuestra mayor alegría.
Vaso espiritual Nada tiene más valor que la verdadera fe. En la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, cuando hasta los apóstoles dudaron y huyeron, fue Nuestra Señora quien recogió y guardó, como en un vaso sagrado, el tesoro de la fe inamovible.
Vaso digno de honor En nuestra época, la honra casi no es considerada, por el contrario, muchas veces la falta de carácter y de vergüenza es alabada, como en las manifestaciones llamadas culturales en que se enaltecen los desvíos de comportamiento. Nuestra Señora guardó cuidadosamente en su alma todas las gracias recibidas, manteniendo la honra a pesar de la decadencia del género humano. Si no hubiera existido Nuestra Señora, habría faltado en la creación quien representara la perfección de la criatura, fiel hasta el heroísmo extremo.
Vaso de insigne devoción Devoto quiere decir dedicado a Dios. La criatura que más se dedicó y vivió en función de Dios fue Nuestra Señora, habiéndolo hecho de forma tal que mejor era imposible.
Rosa mística La rosa es considerada tradicionalmente la reina de las flores, la que posee de forma más definida y espléndida todo lo que caracteriza a una flor. De la misma forma, en el campo de la vida espiritual y mística, Nuestra Señora posee de forma más primorosa todo lo que representa la perfección.
Torre de David Leemos en las Sagradas Escrituras que el rey David tomó la fortaleza de Jerusalén de los jebuseos y edificó la ciudad alrededor de ella. Naturalmente, el rey David fortificó la ciudad para volverla inexpugnable, dotándola de una fuerte guarnición. La Iglesia católica es la nueva Jerusalén y en ella tenemos una torre o fortaleza que ningún enemigo puede destruir: a Nuestra Señora. Ella construyó el punto de mayor resistencia y mejor defensa. Por eso, en esta invocación honramos a Nuestra Señora reconociendo que nunca ha habido, nunca habrá, quien mejor proteja a los fieles y defienda la honra de Dios que ella.
Torre de marfil El marfil es un material de raras características naturales: es al mismo tiempo muy fuerte y muy claro, lo que genera un aparente contraste entre suavidad y fuerza. Igualmente, Nuestra Señora es muy fuerte espiritualmente, la mayor enemiga de los enemigos de Dios y, al mismo tiempo, es de una pureza y suavidad blanquísima. Ella contraría las ideas falsas de que las cosas de Dios deben ser dulcificadas y sentimentales y de que la fuerza verdadera debe ser bruta.
Casa de oro El oro es considerado el más noble de los metales. Si tuviéramos que recibir al propio Dios, buscaríamos hacerlo en una casa que no fuera superable: de ahí la comparación con una casa de oro. Ahora, la Santísima Virgen es esa casa insuperable, la «casa de oro» que acogió a Nuestro Señor cuando Él vino al mundo.
Arca de la Alianza En el Antiguo Testamento, quedaban guardadas en el Arca de la Alianza las tablas de la Ley dadas por Dios a Moisés, así como un puñado de maná milagrosamente recibido en el desierto. Por eso, ella recordaba las promesas y la protección de Dios. Nuestra Señora es, en el Nuevo Testamento, el Arca de la Alianza que protege al pueblo elegido de la Iglesia y recuerda las infinitas misericordias de Dios.
Puerta del cielo Nuestra Señora es invocada de esta manera porque fue por medio de ella que Jesús vino a la tierra y es por ella que nos vienen todas las gracias
orientadas a llevarnos al cielo, a nuestra morada eterna. Así, ella favorece nuestra entrada al cielo.
Estrella de la mañana Poco antes de que nazca el sol, cuando la oscuridad es mayor y empieza a clarear, aparece en el horizonte una estrella de mayor luminosidad. Después, cuando las otras estrellas desaparecen en la claridad naciente, ella aún permanece. Así fue Nuestra Señora, pues su nacimiento significaba que luego nacería el Sol de la Justicia, Nuestro Señor Jesucristo. Y cuando la fe se perdía hasta entre el pueblo elegido, ella seguía creyendo y esperando. Ella es el modelo de la perseverancia en la prueba y el anuncio de la Luz que vendrá.
Estas son, en resumen, algunas explicaciones de las más «curiosas» invocaciones marianas que componen la Letanía Lauretana. Comprenderlas ciertamente nos ayudará a rezar con mayor fervor tan meritoria oración.
Con el tiempo se han ido añadiendo otros títulos, como:
Auxilio de los cristianos, incluida por Pío V por la intercesión de la Virgen en la Batalla de Lepanto
Madre inmaculada, incluida por Clemente XIII a petición de Carlos III de España, para los dominios hispánicos en 1767. Tras la definición dogmática de 1854, Pío IX lo hizo extensivo a toda la Iglesia.
Reina concebida sin pecado original, incluida por Pío IX en 1854, tras la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción.
Reina del Santo Rosario, incluida por León XIII en 1883. Reina de la paz, incluida por Benedicto XV durante la I Guerra Mundial. Reina asunta al cielo, incluida por Pío XII en 1951. Madre de la Iglesia, incluida por Pablo VI en 1965 a la conclusión del Concilio
Vaticano II. Madre de la Misericordia, incluida por Juan Pablo II, esta letanía ha estado
colocada después de Madre del Salvador, sin embargo ha sido reubicada por el Papa Francisco
Reina de la Familia incluida en 1995 por Juan Pablo II.
En la actualidad el Papa Francisco el 20 de junio de 2020, ha introducido Madre de la Misericordia, Madre de la Esperanza y Consuelo de los Migrante
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