Muchos edificios religiosos cristianos están orientados de tal forma que su eje mayor sigue una línea aproximada este-oeste, apuntando su cabecera (ábside) hacia oriente.
Esto no es en absoluto un hecho casual sino parte fundamental de la simbología del templo cristiano. Oriente, el lugar donde nació el Salvador, y también el punto por donde el Sol se alza cada día sobre el horizonte. Así tenemos que todo templo cristiano es un canto a la venida de Cristo al mundo: "Ego sum lux mundi" (Juan 8, 12).
Es un hecho conocido que el lugar por el que el Sol aparece tras el horizonte es variable a lo largo del año. Solo en los equinoccios (primavera y otoño) sale exactamente por el este y se pone por el oeste. En los respectivos solsticios (verano e invierno) el lugar del orto se aleja del exacto Este. Bien hacia el norte en su camino vernal (hasta unos 23º), bien hacia el sur en el invernal (hasta otros 23º). Por este motivo, la mayor parte de los templos cristianos manifiestan una desviación significativa de la línea perfecta este-oeste, bien hacia el E-NE, bien hacia el E-SE, que llevan a pensar que dichas variaciones se corresponden con las diferentes fechas en que se iniciaron los trabajos de edificación de los templos.
Los primeros cristianos se enfrentaron al este cuando oraron, por lo que se les han ofrecido varias explicaciones. En una tradición bien establecida en la época de Cristo, los judíos en la diáspora rezarían frente a Jerusalén, que en la mayor parte del Imperio Romano habría estado en Oriente. Otra explicación es que la segunda venida de Cristo sería en las nubes que vienen del este: "Porque así como el rayo sale del este y brilla hasta el oeste, así también será la venida del Hijo del hombre". (Mateo 24, 27). Debido a esta postura de oración hacia el este, Tertuliano (s. II) dice que algunos no cristianos creían que adoraban al sol. Orígenes (s. II-III) dice: "El hecho de que [...] de todos los barrios de los cielos, el este, es la única dirección a la que recurrimos cuando oramos, las razones de esto, creo, no son fácilmente descubiertos por nadie ".
Además el cristianismo identifica a Cristo como el "Sol Naciente", que desde el siglo III se identifica simbólicamente con Cristo como "Luz del mundo" o "Sol de justicia" (Malaquías 4, 2, y Lucas 1,78. También tenemos testimonios de Clemente de Alejandría y el Concilio de Nicea (325) determinó que así fuera. San Atanasio de Alejandría, expresa que el sacerdote y los participantes deben dirigirse hacia el este, de donde Cristo, el Sol de Justicia, brillará al final de los tiempos.
Al principio, la orientación de las basílicas cristianas tempranas no se construían con el ábside o la cabecera de la iglesia hacia el este. A este respecto, de 20 de las primeras basílicas cristianas construidas durante el tiempo de Constantino y sus sucesores en Roma, Jerusalén, Constantinopla y el norte de África, 18 se sitúan aproximadamente en la línea este-oeste, pero el ábside de 11 de ellas está dirigido hacia el oeste. Sin embargo, es interesante destacar que en estos casos la cátedra y el sacerdote se posicionan contemplando el este, pues entonces el altar está situado entre él y las personas asistentes.
Entre los siglos III y VII se precisan estas recomendaciones, así se indican que las iglesias se deben construir orientadas hacia el este. En el siglo V, Sidonio Apolinar y Paulino de Nola indican que el ábside debe mirar hacia el este, al equinoccio, algo confirmado más tarde tanto por el papa Virgilio (s. VI) como por San Isidoro de Sevilla (s. VI-VII) en sus Etimologías.
Con el paso de los siglos, fue decayendo esta costumbre. De una parte, porque las nuevas iglesias se construían en un contexto urbano y no siempre se podía respetar la orientación debido al trazado urbano de las calles. También porque el hombre de hoy tiene poca sensibilidad para esta ´orientación´, mientras que para el judaísmo y el islam sigue siendo un hecho incuestionable el rezar en dirección al lugar central de la revelación, hacia Dios que se nos ha mostrado.
La orientacion de los altares
De la orientación de las iglesias podemos pasar a otro tema relacionado que es la orientación de nuestros altares que es el lugar más importante de nuestras celebraciones litúrgicas.
Para el cristiano que asiste regularmente a la celebración de la liturgia, los dos efectos más obvios de la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II parecen ser la desaparición del latín y la colocación del altar cara al pueblo. El que lea los textos más relevantes de la Constitución conciliar no podrá menos de extrañarse de que ninguno de esos elementos se encuentre literalmente en los documentos del Concilio. De todos modos mi intención es sólo centrarme en la cuestión del altar.
En la anterior liturgia (nos referimos a la Misa de San Pio V), la orientación de la oración común a sacerdotes y fieles, cuya forma simbólica era generalmente en dirección al este, es decir, al sol que se eleva, era concebida como una mirada hacia el Señor, hacia el verdadero sol. Esta orientación de la oración expresa el carácter teocéntrico de la liturgia; obedece a la monición: “Volvamos hacia el Señor”. Por eso el sacerdote y los fieles rezaban en la misma dirección.
Después del Concilio y cuando se introdujeron de modo general los llamados altares “coram populo” (de cara al pueblo), por contraposición, se usó también la expresión de “de espaldas al pueblo” para significar el viejo modo de celebrar. No es correcta este modo de decir ya que como hemos dicho antes sacerdote y pueblo rezan juntos orientados hacia el Señor. Aunque el sacerdote celebre de un modo o del otro, siempre tendrá que estar orientado hacia Dios por medio de Jesucristo.
¿Qué dijo realmente el Concilio sobre la orientación del altar de cara al pueblo? Realmente ese detalle no aparece más que en las Instrucciones postconciliares. La directiva más importante se encuentra en el n. 262 de la Instrucción General sobre el nuevo Misal Romano, publicada en 1969, que dice así: «Es preferible que el altar mayor se encuentre exento, y no pegado a la pared, de modo que se pueda rodear fácilmente y celebrar el servicio divino cara al pueblo (versus populum)». Y la Instrucción General sobre el Misal, publicada en 2002, mantiene el texto inalterado, aunque añade una cláusula subordinada: «Lo cual es deseable siempre que sea posible».
En muchos sectores, esta cláusula se interpretó como una manera de forzar el texto de 1969, para hacerle decir que, en adelante, era obligatorio colocar el altar de cara al pueblo, donde fuera posible. Sin embargo, esa interpretación fue rechazada el 2000 por la Congregación para el Culto Divino, al declarar que el término “expedit” (es deseable) no implicaba una obligación, sino que era sólo una sugerencia.
En el fondo subyace una idea en aquellos que niegan el derecho a este modo de celebrar. El tema de discusión no es el hecho de que el sacerdote diera la espalda al pueblo, sino, al contrario, que estuviera en la misma dirección que el pueblo. La liturgia de la Palabra tiene carácter de proclamación y diálogo, al que pertenecen esencialmente exhortación y respuesta. Por el contrario, en la liturgia eucarística el sacerdote lidera al pueblo en la plegaria y se dirige a Dios en unión con el pueblo.
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